NICK: Claus
Tenía seis años cuando me mudé de
casa y tuve que cambiar de colegio. De repente, me encontré con un mundo
totalmente nuevo a mí alrededor, donde dejaba atrás a todos mis amigos de la
infancia, a los que apenas he vuelto a ver.
Al principio lo pasaba mal: no
tenía amigos y me sentía muy sola. Mis padres se apenaban cuando me veían así
de triste y el día que yo lloré, les dije como me sentía y que quería un amigo,
mis padres decidieron intervenir.
Ellos sabían que yo siempre había
querido tener un gato.
Un día, tuvieron que irse a hacer
unos recados y nos dejaron a mi hermana y a mí al cuidado de unos amigos suyos
que nos tuvieron en su casa toda la tarde. Finalmente, ellos volvieron a
recogernos. Recuerdo la plaza, y nuestro coche aparcando cerca de nosotros.
Tras despedirnos, mi padre abrió el coche y yo abrí la puerta de mi asiento
para subirme a mi sillín.
Casi la aplasto.
¡Cuál no fue mi sorpresa al
encontrarme en mi sillita a la cosa más bonita del mundo! Allí, acurrucada en
la que desde entonces es su mantita estaba Nebbia. Una gatita de un mes de edad
que dormitaba tranquilamente, ajena a los acontecimientos que cambiaban su
destino. "Nebbia" significa "niebla" en italiano. Y es que
Nebbia era una gata completamente gris, como la niebla. Un gris precioso y brillante.
Azul ruso, lo llaman. ¡Y unos ojos verdes...!
Yo en ese momento estaba sin
palabras. Lo único que pude soltar fue un "¡Ohhhhh!" por la mayor
sorpresa que nunca me han dado. En mi mente se atropellaban las preguntas y
nada claro lograba decir. ¿Cómo, qué, cuándo, por qué?...
Mis padres me explicaron que
habían ido a ver gatos a la protectora, y que en principio de momento no iban a
decidirse por ninguno, pero mi madre vio a Nebbia, el único cachorro que había,
de un mes de edad. Le dijeron que estaba enferma y que si se quedaba allí tenía
muy pocas posibilidades de sobrevivir. No pudieron resistirse. Y allí estaba,
en mi sillín.
La llevé en mi regazo durante
todo el viaje y ni abrió los ojos ni se despertó hasta llegar a casa. Allí, al
principio tímida, bajó del sofá en el que la posamos y procedió a explorar la
casa. Yo no cabía en mi de gozo, y cada vez que la veía algo en mi saltaba de
alegría. Ya la amaba.
Han pasado 11 años y Nebbia ha
crecido sana y fuerte. Nosotros la salvamos de una muerte segura, y ella a mí
me salvó de perder la vida. Me ha acompañado siempre, ha dormido conmigo, me da calor cuando hace frío,
y viene a consolarme cuando me ve llorar y sabe que necesito su cariño. Para
mí, es como una hermana, y el amigo que tantas veces he necesitado.
Nebbia, que sea por muchos años.
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